“Lo que me interesa es entonces el problema de Lacan, aquél que trató en múltiples oportunidades mediante accesorios matemáticos y lógicos que no son más que eso, accesorios aún cuando al mismo tiempo tenga todo su sentido que sea allí donde Lacan fuera a buscarlos”
Jacques-A.-Miller[1]
Hablamos de los adictos -a quienes solemos denominar toxicómanos para destacar lo imparable de sus consumos-; debatimos acerca de qué hacer con ellos ya que, en general, no tienen mucho qué decir al analista pues están demasiado enfocados en sus asuntos, ni parecen dispuestos a interrogarse por sus decisiones (las que en ocasiones ni siquiera consideran tales), y si agregamos que ello ocurre por más problemas que les causen sus consumos, es que llegamos a preguntarnos si ellos tienen inconsciente. Incluso en un Coloquio Internacional de la red TYA nos dedicamos a investigar lo que entonces llamamos sueños toxicómanos[2]. Aprovechando el malentendido nos servimos de esa nominación de un modo algo provocativo, ya que no podíamos asegurar no solo que existieran dichos sueños, sino menos aún que los sueños serían soñados a causa del rasgo (‘toxicómano’) que previamente les adjudicábamos a esos individuos, los que ‘caerían’ después en la extensión del concepto.
Con esta salvedad aparecieron algunos sueños en distintas personas que pueden ser denominados “consumidores habituales de substancias tóxicas”, configurando un ‘catálogo’ tan azaroso, como habrá de ser conjetural la conclusión que presentaré.
Sueños que mentían diciendo la verdad de un goce inconfesable; sueños que confesaban crímenes realizados para no confesar otros pecados; sueños que mostraron el vacío del goce…para volver a gozar con el tóxico luego del sueño…
La serie ofrecía sueños de fracasos toxicómanos los que -en su mayoría- tan solo parodian ser sueños transferenciales; sueños que entusiasman a los analistas con intervenciones -incluso algunas que parecían ‘exactas’- que luego se escurren como el agua en las plumas de un pato, evidenciando no haber sido sino la mostración de un goce blindado, fixional, frecuentemente sin poner en juego la vestimenta de las ficciones que hubiesen permitido aislar los S1 de la historia personal de cada soñante.
Ya que -más allá de las vestimentas de esos sueños- en ellos se sueña para confesar, para mostrar…para seguir gozando; sin dirección al Otro del sentido por descifrar, porque allí no hay sino una respuesta anticipada que -de un modo cínico o canallesco- ello muestra que es el goce la sede real en el cuerpo que disimula la trama de las ficciones.
Esos denominados “sueños” ¿no son en estos casos la réplica de la variedad de goces que los -también- denominados “toxicómanos” se procuran desde las substancias tóxicas elegidas? ¿Pero acaso no encontramos en ellos la misma dificultad clínica que ‘nuestros toxicómanos’ encarnan?: ningún desciframiento, ninguna pregunta que de ellos pueda extraerse; porque allí no hay Otro, ni otros a quienes realmente se dirijan. Agregaremos: y esto es así por más que el sueño haya hecho su trabajo de cifrado del goce y ‘proponerlo’ por medio de sus ficciones -incluso de sus fixiones pulsionales.
Entonces, ¿todo sueño es un sueño? No se trata aquí de una formulación tautológica, pues comprobamos que un sueño (el ‘primer sueño’ de la frase) puede no ser la vía de acceso a lo inconsciente transferencial (lo que se espera de la función del ‘segundo sueño’), sino la verificación misma de su inexistencia. Este aserto se deduce de que si el sueño es su relato, solo el uso del sueño es el que muestra (determina) su existencia. Y es aquí, más que nunca, que se incluye al analista incluido en el concepto de inconsciente.
Los denominados ‘toxicómanos’ muestran los denominados sueños.. ¡que tal vez no lo son!..Al menos no lo son en el sentido freudiano de indicar una vía regia de acceso al Ic. Precisemos: se trata del uso ‘toxicómano’ de los sueños más que de los sueños en sí. Aquí agregaríamos que la política de estos ‘sueños’ -en verdad: de su uso- evidencia lo que realmente muestran: una continuación del consumo por otros medios que por el de la substancia tóxica…para seguir consumiendo.
En La dirección de la cura Lacan -con Clausewitz- lanzó su grito de guerra a los posfreudianos -especialmente contra aquellos que se sostenían en la contratransferencia para autorizarse a decir ¡que el psicoanalista cura menos por lo que dice o por lo que hace que por lo que es! -Sacha Nacht dixit- emplazando el análisis con la táctica de las interpretaciones, las estrategias de la transferencia, ambas anudadas con la política del deseo del analista. Lacan hacía suya, de ese modo, la precisión de que la política es la continuación de la guerra por otros medios.
Hoy, frente a los avances segregativos de nuevas políticas de des-protección de los ciudadanos, las que son acompañadas por estrategias de consumo ‘light’ patrocinadas por ODM (objetos-de-distracción-masiva[3]), continuamos con la política del sinthoma, a partir de hacer existir el inconsciente.
Aquí hay un secreto, ya que a pesar de que el analista sepa que el inconsciente transferencial siempre perderá su partida frente al inconsciente real -el que lo confrontará finalmente con la opacidad del sinthoma-, este fracaso habrá sido la condición de una salida exitosa del análisis: en caso de que el analizado se haya arreglado con él de un modo satisfactorio, es decir contrario a su padecimiento en la entrada.
Hemos señalado en otro lugar[4] hasta qué punto la operación toxicómana encuentra de un modo abreviado otra solución que incluso, podríamos decir, parodia el trayecto final del análisis: ya que anticipa la satisfacción con su iteración del flash, con cada-una-aplicación (infiltrando la substancia tóxica que fuere). Esa satisfacción requiere de un solo alter-ego: no un analista, sino un dealer.
Por ello conjeturamos que la producción de sueños toxicómanos (en caso de que algo como esa entidad existiera) sería el fracaso de la existencia misma del inconsciente en esos casos, así como el del analista: no se habría podido concebir un inconsciente, incluso a pesar de que aparecieran ‘sueños’ -¿pseudo-sueños?- que no lograron adquirir para el soñante el valor de uso de ‘vía regia’ .
Tal vez en este punto podríamos nombrar al ‘toxicómano’ como aquel que persevera con una(s) substancia(s) tóxica(s) con el único objeto de obtener Un-goce en el cuerpo.
Pero relanzamos ahora el malentendido al recordar que la substancia tóxica es la del goce, y que cada acción humana transporta una satisfacción[5]…
Por ello -siguiendo a la letra la enseñanza de J.-A.Miller- hemos introducido por medio de una torsión conceptual el término de adiXiones, en cuanto deformación del significante tradicional de “adicciones” ya que consideramos que con éste se desconoce -y se hace desconocer- la causa real de las infinitas clasificaciones que su uso promueve.
Adixiones adviene una consecuencia de la promesa del Otro del mercado de producir finalmente EL OBJETO -¡ya no igual para todos sino incluso para cada UNO!…ése que llegaría a ser atrapado por los algoritmos que se extraen de los usos reiterados en el accionar de los gadgets en la vida de cada Uno; EL OBJETO, esa ficción, prótesis o simulacro ideal, que promete ser instalada en la matriz del goce-que-no-hay: la grieta estructural de la sexualidad humana, lugar del trauma original de los hablantes…
En el caso del toxicómano y los sueños, ¿surgiría una nueva adiXión? Ya que mientras el toxicómano muestra su éxito al perseverar con su goce (a menudo sin detenerse a pesar de los estragos que la pulsión de muerte pueda causarle), al mismo tiempo no se priva de hacer fracasar al analista al persistir en ser aquél que no se ‘presta’ -ni siquiera con el uso de los sueños- a ser dócil al inconsciente transferencial. Y es justo ahí, donde podemos enredarnos con el uso que hacemos de la teoría, desde una adiXión (universal, es decir universitaria) al saber referencial de los textos, de las citas.
¿Por qué una nueva adiXión? ¿de quién sería? Es que mientras debatimos sobre la existencia o inexistencia de los toxicómanos y/o la de sus sueños (incluso ahora, ya que nadie está exento!) seguro al menos un practicante del psicoanálisis espera a un toxicómano…para insertarlo -aún sin saberlo- en el cliché pre-moldeado que supone-saber-qué-es-un-toxicómano. ¿Cómo escuchar así la particularidad de una subjetividad? En este punto podremos extender nuestra adiXión nominalista- también a un obsesivo; un histérico; una anoréxica…etc.
Nuestros conceptos y matemas buscan ceñir cada vez más la experiencia analítica para transmitirla, pero al recibir a una persona en nuestro consultorio estamos solos…y allí el sueño nominalista se acaba. Todas las formulaciones de la teoría de las que disponemos ‘no son más que eso, accesorios‘: es la hora de la verdad, la de hacer existir un inconsciente en cada caso para servir a que cada analizante encuentre una solución singular a sus penurias y que pueda vivir mejor de lo que lo ha hecho hasta el momento del encuentro con el analista.
NOTAS
- MILLER, J.A. : “DONC La lógica de la cura”; en Los cursos psicoanalíticos de Jacques-Alain Miller; PAIDÓS 2011, Buenos Aires; pág.301
- Coloquio en verdad inexistente, ya que por la pandemia el Encuentro Internacional sobre el uso de los sueños que iba a realizarse en Buenos Aires debió suspenderse.
- ODM: uso esta sigla que designa habitualmente a los “objetos de destrucción masiva”, para nombrar de modo paródico a los objetos de distracción masiva, que introducen una serie en lo que entendemos por ADIXIONES: Un nombre sinthomatico del estado actual de la civilización, atravesado por las políticas de mercado con la oferta de sus gadgets, clasificaciones y estadísticas.
- Sinatra, E. Adixiones; Grama Ed.
- Miller,J.-A.: Sutilezas Analíticas
Obra de Julieta Cantarelli